Las lecturas que se nos ofrecen este fin de semana son recordatorios importantes para mantener siempre simple nuestra búsqueda del Evangelio y la Verdad, no para complicarla con racionalizaciones o interpretaciones ingeniosas. Moisés le dice al pueblo de Israel:
Estos mandamientos que te doy, no son superiores a tus fuerzas ni están fuera de tu alcance. No están en el cielo, de modo que pudieras decir: '¿subirá por nosotros al cielo para que nos los traiga, los escuchemos y podamos cumplirlos?' Ni tampoco están al otro lado del mar, de modo que pudieras objetar: '¿Quién cruzará el mar por nosotros para que nos los traiga, los escuchemos y podamos cumplirlos?'
En cambio, la voluntad de Dios para nosotros es clara cuando le abrimos nuestro corazón; y nos dirige fuera de nosotros mismos, al servicio de los demás.
Este llamado a servir a las necesidades de los demás, incluso a involucrarse en la vida de los pobres como amigo y compañero, fue repetido hace algunos años por el Papa Francisco en su carta Evangelium Gaudii. Después de enumerar muchos lugares en las Escrituras donde estamos llamados a amar y servir a los pobres, el Papa dice
Este mensaje es tan claro y directo, tan simple y elocuente, que ninguna interpretación eclesial tiene derecho a relativizarlo. La reflexión de la Iglesia sobre estos textos no debe oscurecer ni debilitar su fuerza, sino impulsarnos a acoger sus exhortaciones con valentía y celo. ¿Por qué complicar algo tan simple? Las herramientas conceptuales existen para aumentar el contacto con las realidades que buscan explicar, no para distanciarnos de ellas. Este es especialmente el caso de aquellas exhortaciones bíblicas que nos llaman con tanta fuerza al amor fraterno, al servicio humilde y generoso, a la justicia y la misericordia hacia los pobres. Jesús nos enseñó esta manera de mirar a los demás con sus palabras y sus acciones. Entonces, ¿por qué nublar algo tan claro? No debemos preocuparnos simplemente por caer en el error doctrinal, sino por permanecer fieles a este camino lleno de luz, de vida y de sabiduría….
Puede que no siempre seamos capaces de reflejar adecuadamente la belleza del Evangelio, pero hay un signo que nunca nos debe faltar: la opción por los más pequeños, por los que la sociedad descarta.
A veces nos mostramos duros de corazón y de mente; somos olvidadizos, distraídos y llevados por las ilimitadas posibilidades de consumo y distracción que ofrece la sociedad contemporánea. Esto conduce a una especie de alienación a todos los niveles, pues “una sociedad se aliena cuando sus formas de organización social, de producción y de consumo hacen más difícil ofrecer el don de sí y establecer la solidaridad entre las personas” (EG, 194-196 ).
La parábola de Cristo del Buen Samaritano nos muestra cómo es el verdadero cumplimiento de ese mandato.
Nuestra respuesta al pobre hombre dejado al lado del camino habla de cómo hemos interiorizado las lecciones del Evangelio, es decir, la vocación cristiana de ser como Jesús. Es claro que al contar esta historia, Jesús no quiere que sus seguidores sean como el sacerdote o el levita, que ignoran la necesidad del hombre y pasan sin ningún tipo de ayuda ofrecida. Más bien, por el contrario, debemos ver en el Buen Samaritano un modelo para nuestra acción en nombre de un mundo necesitado, en nombre de las personas necesitadas, muchas de las cuales quedan así al costado del camino de la vida. Al hacerlo, nos hacemos como Cristo. Pero, ¿qué significa eso, realmente?
A veces, desinfectamos nuestra asistencia e incluso nos volvemos insensibles a la realidad de aquellos a quienes podríamos estar ayudando. Esto puede suceder cuando simplemente “arrojamos dinero” a un problema percibido. Ciertamente, quienes lo reciben están agradecidos; pero, ¿realmente estamos actuando como Cristo hacia ellos? ¿Qué hace el buen samaritano? Cuando ofrece ayuda al hombre golpeado, no lo deja simplemente en el lugar más cercano para “deshacerse de él”. No. Primero coloca al hombre “en su propia cabalgadura” luego en la posada, “al día siguiente sacó dos denarios, se los dio al dueño del mesón y le dijo: 'Cuida de él y lo que gastes de más, te lo pagaré a mi regreso'.
En otras palabras, el Buen Samaritano acompaña al pobre, más que simplemente ayudarlo. Este es el amor de Cristo que Jesús nos pide. El Buen Samaritano no sólo ayuda al hombre y lo acompaña; también involucra a los demás en la buena obra de amar al prójimo. Una vez más, el amor de Cristo irradia y abarca a los demás para que ellos también sientan su calor y aprendan a compartir ese amor ellos mismos.
Hermanos y hermanas, a menudo podemos quedar atrapados en el juego mental de tratar de descubrir el plan de Dios para nosotros. ¿Cómo podemos agradar verdaderamente a nuestro amoroso Padre y conocer Su voluntad, y mucho menos hacerla? La respuesta es simple, sin embargo, ¡aunque no es fácil! La lección del Buen Samaritano es que somos los guardianes de nuestros hermanos y hermanas, dondequiera que estén.
Y no están lejos. Para cumplir la voluntad de Dios en este sentido, no tenemos que huir a una misión extranjera o incluso dedicar nuestra vida a alguna orden religiosa. Más bien, solo necesitamos mirar a nuestro alrededor. Nuestras parroquias deben ser lugares donde practiquemos juntos este arte del acompañamiento. Y lo hacemos, a través de nuestros alcances como el Refugio de Alivio de Invierno en noviembre; a través de nuestra sociedad St. Vincent DePaul; a través de nuestra asociación con nuestras parroquias en Haití; a través de nuestro acercamiento a los inmigrantes en la Pastoral Migratoria; y muchos otros. Todo lo que tenemos que hacer es preguntarnos unos a otros, "¿Quién es mi prójimo?"
¡Gracias a Dios que se nos ha dado esta hermosa pastoral en la que nuestros vecinos son tan diversos y talentosos! Gracias a Dios que compartimos este mismo llamado, centrado en Cristo en la Eucaristía, para abrir nuestros corazones, levantar a los necesitados y compartir juntos su camino. Que aprendamos este arte de acompañar, y como manda Jesús, “Anda y haz lo mismo”.
Commentaires